Mi poema Promesa, en la voz y la musica de Andres Fernandez (Buenos Aires)
Poema Promesa… en la música y voz de Andrés Fernández
Los versos del Abedul
I
De la herida vengo, de cada gota
derramada en la tierra de los fuertes.
Desde la hierba crezco
hasta ser abedul, tántrico y sublime
de tus colinas.
Sólo mi piel, como un vestido estival
para tus manos
te oye y se deshace voluptuosa
cuando amaneces verso.
II
Se quebraron los cielos de pronto
y la sombra que traigo en mis manos
se estrelló sin sus alas, en tierra.
¿Dónde estabas, sinsonte que trinas
desde los campanarios?
¿Dónde, raíz desatada a los vientos?
Es tu lengua un oasis que fluye
con sed implacable
un bastión con hogueras de gozo
y vocación de Orfeo.
III
Es que entre tú y yo,
se acabaron las puertas
no hay cristales con lluvia
las paredes levitan
nuestros pies han huido del piso.
Ante ti, y abrazada a tus plantas
la noche se suelta el cabello
se esconden los búhos
una densa neblina nos cubre
de los ojos del tigre
y consumo tu Verbo, despacio.
IV
Si el asombro tuviera alas y deseos
llevaría tu nombre en el pico.
Me desnudo.
Eres santo y demonio que en ciernes
otea mi rastro.
Te desnudo.
Soy la hembra del sol y el estío
me cubre los párpados.
Hoy declaro ser aguas, espumas
lamiendo tus piedras,
caricia bajando, sin prisa.
V
No hay palabra que falte a su cita. Ni silencio
que devele tu aroma en el aire.
Me alcanzaste en un paso.
Me sellaste en tu piel con la furia
de un verso de fragua,
animales de dura contienda
rodando en la nieve del mundo,
el de arriba somete,
el de abajo suplica
y la luna que vira su rostro
y se muerde los labios.
VI
¡Quién pudiera atrapar tu sonrisa!
En un tálamo blanco te sueño.
Mi cintura que tiembla
se ha hecho parca deseando tu boca.
Soy leona que anda al ocaso
en su larga penumbra,
un puñado de abiertas vocales
que siente tu trazo.
¿Dónde estabas, mi rayo de luna
la noche fatal de los vientos
cuando el frío arreciaba y gemían
por ti, mis campanas?
VII
Soy un rascacielos hoy
Y ayer, era esa aldea polvorienta
en la mente afiebrada del beduino.
Un pájaro temiéndole al cielo,
un viejo mercader preocupado por su bolsa.
Hoy me habita tu nombre estatutario
tus besos dictadores,
el camino brioso de cien dedos
por ese surco que abre tu mirada.
Siémbrame como tierra que suspira
por ese embate de gracia, árame
muele entre tus dedos
este terrón de soledad, partido.
Hazme desde el grano que se quiebra
hasta emerger desnudo y suplicante
raíz que se enreda gloriosa en tus columnas
y se revela a tus ojos, como el alba.
Tálame desde la espesa fronda de tus noches
floréceme a la hora de la siesta
y cosecha de mí, bajo la sombra
todo el grano que entre en tus lagares.
Pues, harina seré sin artilugios
masa que leuda genuina y multiplica
entre tus manos, ante tus ojos
para que huelas la vida cuando pasa,
y sepas ciertamente que nunca morirás.
VIII
Verso perpetuo y lengua de tormentas
me lleva en brazos.
Con hojas de abedul entre mi pelo
preñada en luz, para ti vivo.
Y el día, que amaneció de pronto
boquiabierto enciende sus candiles.
Verso que de valiente intenta
erguirse entre dos ejércitos
y ofrecer su pecho de paloma.
Es un hijo que nace entre los dedos
cuya paternidad reclaman los mares
cada vez que rompen sus espumas.
Jeniffer Moore
http://www.poetario.blogspot.com
.
Bre-vehemente
I
Busca dentro de ti
que el alba llega
como llega la hora y el suplicio.
Hay un fuego vehemente en tu mirada
que no se rendirá.
Y yo, en el muro
junto al zorzal, el ficus
y este jazmín que espera,
extenderé mis alas y mi sombra.
II
El tiempo pasa
quitándole las hojas
a este libro de piel
que se desea tuyo.
Por eso, mira
llena tus ojos jíbaros
del tango entre mis piernas
que el tiempo pasa
y mis labios palpitan
a punto de cosecha.
III
Hoy es día de lluvia, amor
y lluevo con el día
y me derramo azul, sin horizonte.
Busco lo que no existe, quizás
mientras la lluvia limpia las heridas.
Te veo en el cristal de la ventana
perfil de espumas
señalando el faro de tu boca.
Al fin, me digo:
es sólo un hombre,
otro, que va buscando su reflejo.
Y sin embargo
no puedo desprenderme de tus ojos
del calor de tu mano, ni tu sombra.
Y por instinto sigo
un paso más, razón adentro
a brújula perdida,
un paso más, amor
que llueve tanto…
IV
¿Quién no tiene en su aljaba
cuervos dormidos,
inexplicables
como un beso lejano?
Yo ando, a veces,
con resplandor de lunas
en mi ceguera,
por heroísmo de vivir en vida
inmune a las tormentas.
Tu hambre es alimento
sobre mi torpe mano
y apenas digo
eso, que tantos saben
calladamente.
V
Dame tu soledad, aquí en mi pecho
de soledad henchido.
Y apura el paso
cruzando oscuridades,
que acariciar el lomo de la noche
es mendigar
a la mano de los tristes.
VI
Tierra fecunda soy, húmedo Virgo
propensa al verde y las raíces.
Me copulan el aire, el fuego,
la risa de las aguas rompiendo espumas.
Eterna observadora de celajes rosados
y brumas sempiternas.
Nacida fui, para el bosque de tus ojos,
para el rocío de tu boca cuando anochece.
.
VII
Cual zarpazo de tigre
a mitad de las sombras,
caí bajo el influjo de tu hechizo.
Y ahora, ando errante
por la ciudad en celo,
con tu nombre en la boca
golpeando las ventanas,
con un trago de luna
que me embriaga la lengua
y se empoza en mis sienes,
como un presagio,
como ese águila
lenta, posándose
de par en par, sus alas
sobre tu mano.
Jeniffer Moore
http://www.poetario.blogspot.com
jeniffer_moore@hotmail.com
Latido de sinsonte
Porque conozco ese latido de sinsonte
que ha encontrado en el aire su refugio,
es que te nombro y muero.
Y mi muerte, caudal incontenible
a veces, sangra en las manos
malheridas de ausencias.
A dónde se habrán ido aquellas lunas
que en medio de la noche nos seguían
boquiabiertas de asombro.
Se han perdido tu hambre y mis planetas
y sin órbita giro y me confundo
en la espuma pueril de aquellas voces.
Pues no he sido capaz de ser espada
sino arco cansado y destruido
que explota fantasmal contra mi pecho.
Jeniffer Moore
Veleidades
I
Porque no puedo apagarte
es que te encierro
entre mi piel
y el cristal de la ventana.
Porque no puedo vencerte
me ha dado sus puñales, la sequia.
Sé que estás aguardando una tormenta
que aún no he dicho.
Es que mi lengua de vientos en el yermo
ya no quiere
descansar en la cuna de otros labios.
II
Seca
como la sonrisa triunfal
de los difuntos.
Oscura
como la furia del sueño
sobre las arenas de la memoria.
Así, aguardo la caricia.
No sé si el crepúsculo advierta
el peso de las sombras,
pero tu mano sabe
encontrarme despacio
si me pierdo.
III
Siento tu gloria cual vestido
que se ha pegado a mi estampa
como el fuego.
Ardo y la lluvia
con sus pájaros y árboles callados
no viene a rescatarme.
Te alejas
y la calle mojada te recibe.
La noche esconde en sus bolsillos
esas manos manchadas con espera.
Guardo, como un pirata
los restos de algún instante tembloroso.
Y volverás por eso.
JENIFFER MOORE
Noviembre en la Bahía
I
Las aguas del deseo nos vencieron.
Sobre la piel, el beso oculto.
Una centuria de esperas te empujaron
y retuvieron mis manos y mi sangre.
He oído la barca en la bahía,
la inútil advertencia de la espuma,
el grito de un sueño largo e infiel
que nos socava.
II
Juegas de nuevo este ajedrez sin jaque
urgido por el rey que se alojó en tus venas
y un plenilunio de otoño te provoca.
Si el abrazo se ha tornado necesario
entonces
haz la jugada fatal de los regresos
al cuadro aquel en que la muerte nuestra
no fue tuya ni mía
sino burla de arcángeles y diablos.
III
Vuelve
tu boca-templo donde me ocultaba
celebrando el estallido de los campos
en las ventanillas de los autobuses.
Y tu mirada
irremediablemente altiva
hurtándome la vida en cada beso.
IV
Los poetas mienten
con insolencia
con intención
con absoluta crueldad
y sin alguna razón que los redima.
Por eso, mide
como serpiente ante la incauta presa
cada centímetro que extiendas tu regreso.
V
Tú lo sabes.
El precio de soñar no está en oferta.
VI
Me duele la palabra si te nombro
pues desterré tus besos, tu risa
cada gesto hacia el olvido.
Y observé impávida
el vuelo aterrador de las palomas
en el último abrazo.
VII
No es conveniente desandar camino
donde hay yermo y espinas.
Bebo la copa de un viñedo rojo
cuyo placer me enciende.
No es conveniente desandar camino
porque estos mares
son amantes azules que me abrevan.
VIII
Ya lo he dicho todo.
Ahora no sabrás que tengo un ave
en mi lengua, dormida.
Y a solas, canta.
IX
Hay un resquicio de arenas y corales
que he dejado en la suela del zapato
para que sepas
que a pesar de la complicidad del tiempo
no puedo huir del mar y las gaviotas.
X
Y entonces callo.
En la elocuencia no habita el beso que deseo,
no sobrevive la caricia
y el amor no hace nido en las palabras.
Jeniffer Moore (1958) Argentina